martes, 21 de enero de 2014

Dos óbolos hacen un escrúpulo.

El escrúpulo es esa piedrecilla que se mete en el zapato (cuarta acepción) y no te deja andar. Es pequeña, sí, pero hace pupa. Si, en vez de meterse en el zapato, el escrúpulo se mete en la conciencia desasosiega el ánimo  (primera acepción).
Llamamos escrupuloso al honrado contable que cuenta hasta el centavo (tercera acepción).
Llamamos escrúpulo de monja -o de Marigargajo- al infundado y pueril. Y aquí debo decir que no somos justos con las monjas cuyos escrúpulos no suelen ser ni infundados ni pueriles como los de Marigargajo.

¿Puede haber algo más pequeño que un escrúpulo? Sí, medio escrúpulo. Y el medio escrúpulo se llama óbolo (tercera acepción). Pero también se llama óbolo a esa pequeña cantidad con la que se contribuye a un fin determinado (primera acepción). Ustedes se preguntan que cómo de pequeña debe ser la cantidad para que la llamemos óbolo y el DRAE -siempre escrupuloso- nos informa exactamente: el óbolo es la sexta parte de la dracma.

¿Se acuerdan ustedes del óbolo de la viuda?
Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. (Mc 12, 41-42)
 Así que, al final, un óbolo de viuda son dos moneditas que, juntas, suman la cuarta parte de un as. Y a Jesús le encantó el óbolo de la viuda porque esas dos moneditas -que eran casi nada-  eran todo lo que ella tenía para vivir.

Y a usted, amable lector, y a mí se nos meten esas dos moneditas de la viuda en el zapato de la conciencia como medio escrúpulo que no desasosiega pero casi.